Sonó el despertador. Entreabrí los ojos lentamente, la luz de la mañana me cegaba. El jugo ya estaba arriba de mi mesita de luz. Lo tomé sin pensarlo y cuando quise darme cuenta ya tenía entre mis manos un vaso vacio, qué rápido que pasa el tiempo a la mañana, pensé. Apoyé los pies lentamente en el frío piso de madera y me dirigí hacia el baño, me lavé los dientes y, cuando terminé, me vestí rápidamente. Llamé al ascensor que llegó rápidamente. En planta baje saludé al portero, va a ser un día lluvioso, me dijo. Tenía razón. Al momento que puse un pie en la vereda se largo a llover. Una lluvia fina. Molesta. Caminé un par de cuadras y me tomé el colectivo. No había mucha gente por lo que conseguí asiento fácilmente. El olor era espantoso. Nauseabundo. No se de donde provenía. Miraba hacia la calle, la gente caminaba hacia el trabajo. Todos con la misma cara de 7 de la mañana. Todos deprimidos. Se me cayó una moneda al piso. Me agaché y, cuando asomé mi cabeza por debajo del asiento, vi algo espantoso. Una oreja humana. Desagradable. Tenía algo raro. Un aro con forma de estrella judía. Cuando levante nerviosamente la mirada noté que ya no quedaba gente en el colectivo y que el chofer me miraba extrañamente. Con deseo.